ENSAYO de UNO: JORGE ASÍS




                                                    


  

Jorge ASÍS, AL margen del periodismo y la literatura

                        

                                                                                                   Por Víctor Miguel Pesce


                                                                                            in memoriam Bárbara Crespo

             
                “...un momento de congelada inmovilidad en el que todos ven qué hay en la punta de cada tenedor.”
                                                                                                                                          William S. Burroughs





De arranque, no podemos evitar acordamos de algo.  Hace cinco años, en el cierre de la presentación del libro de Horacio González, Arlt.  Política y Locura (FCCSS, UBA, 24/V/1996), al mencionar que en la Argentina contemporánea resultaba evidente que Jorge Asís era un continuador de Roberto Arlt por medios periodísticos y literarios, advertimos gestos y palabras de incomodidad por parte de compañeros vinculados a esta publicación allí presentes: “hasta Asís estuviste bien”.  Así celebramos,  entonces,  que El Ojo Mocho,  revista que tiende a expresar aquello que no se espera que se exprese,  siempre en el borde del indisculpable pour épater le bourgeois, y  en la que se ejerce consecuentemente también sin dudas el pensamiento y la escritura que no temen hasta parecer criticones, esto es, aquellos alentados mucho más allá de los lindes prietos donde yacen los consagrados repertorios “críticos” como saldos cadavéricos de toda institución que se reproduce a sí misma, celebramos, decíamos,  que consiga pasarse de la raya y dedicarse en buena hora todavía a Asís, y que por añadidura nos permita hacer hincapié en la misma corriente vindicativa de sus heracliteanas aguas. No para llevar “flores robadas” al culto de los elevados fines que espontáneamente acostumbran a ser convocados cuando se saca para la ocasión la palabra “crítica”,  sino más bien al servicio de los bajos propósitos de elocuencia,  pedestres y casi rastreros, con que intenta argumentar cualquier hijo de vecino lector que se precie de tal. 

                                                                      I 
                                                         Oberdán Rocamora
     Jorge Asís reunió por primera vez sus textos periodísticos del diario Clarín en 1977, todavía no completado un año de su debut como cronista en ese medio:  Cuaderno de Oberdán Rocamora. Aguafuertes. Cabe aclarar que se trata la mayor parte de crónicas publicadas más algunas inéditas, “sobre todo por su condición de imbancables en un diario de circulación masiva”.  Pero nótese que el subtítulo, Aguafuertes, remite ya a una deliberada filiación arltiana.  Dicha impronta se torna evidente en el “A manera de prólogo: Rocamora y yo”, firmado por el autor,  es decir,  Jorge Asís;  somos adrede obvios al hacer la aclaración porque en ese pórtico de libro en cierto modo se inaugura una curiosa parla entre autor, narrador y seudónimo (Oberdán Rocamora), por lo pronto en lo que atañe a la relación entre periodismo y literatura  que nosotros leemos en tres obras que abarcan el período entre 1977 y 1984, una suerte de desenfadado juego de escamoteo irónico que impulsará luego desarrollos sofisticados en la novela Diario de la Argentina, o exhibición desvergonzada de un procedimiento por el cual se construye literatura a la vez que ingeniosa trampa en la que caen diversos teóricos literarios, y aspecto característico de una escritura  engañosamente “realista”  sobre la que habrá de machacar alguna crítica de extracción y severidad académicas, para descartarlo del análisis literario, habiéndolo previamente descartado del análisis “ideológico”.  Ahí Roberto Arlt es mentado directamente para anunciar trabajos que “son una especie de simbiosis entre periodismo y literatura”;  sin embargo, el tránsito de semejante huella  no puede resultar ameno toda vez que se da el caso del más alto representante del género aguafuertista,  situación que además supone el riesgo del gesto “chanta”, quebrantador de méritos en la medida en que arroja la sospecha de montarse con demasiada facilidad “sobre el caballo de Arlt”.  La diferencia,  la conciencia de la distancia y al mismo tiempo de la cercanía,  surge de inmediato:  “Lo que sí,  me hubiera  gustado tratar algunos de estos temas con la libertad y despreocupación de Arlt,  pero sabe una cosa,  la mayoría de los aguafuertes del maestro,  en Buenos Aires del 77,  serían impublicables en diarios”.  Desde ese punto de mira,  queda un ancho margen para sentirse con autorización y seguir el mismo compás puesto que el periodismo argentino no registra una libertad de escritura  mayor que el de la época de Arlt:  “El periodismo argentino no está mejor que cuando vinimos de España”.  Y también en el prólogo ocurre una interpelación alrededor de la necesidad de escribir una novela que como toda novela sea fuente indirecta de tamaña aventura, narración paralela de las peripecias que traen consigo el trabajo y la escritura “periodísticos” que se están llevando a cabo; naturalmente, se nos expone aquí el deseo que se consumará después en Diario de la Argentina, y de paso vaya la cita como ejemplo del juego de escamoteo arriba descrito:



Sostengo que Oberdán Rocamora debería intentar la redacción de una novela ancha,  que tenga la misma respiración y claridad de sus crónicas.

-Mucho laburo, Asís,  escríbala usted.

Y si insisto,  se pone cargoso él:  me propone que haga periodismo,  porque le parece que tengo pasta.

-Ni mamado,  Rocamora –le respondo,  tratando de no herirlo. (Asís, 1977: 7)


   Cuaderno de Oberdán Rocamora, que está dedicado a Marcos Cytrymblum y “a todos mis compañeros de Clarín”, consta de veintisiete aguafuertes.  En “Cartas de lectoras” se continúa un tema arltiano pero esta vez en clave humorística,  y ese suplemento que aporta Asís no será una de las menores diferencias en relación al modelo; en efecto,  si en Roberto Arlt el correo de lectores que llega al diario El Mundo opera un feedback que convalida con seriedad el propio trabajo y sus miradas sobre la vida cotidiana,  en Asís por el contrario es objeto de invención y de broma puesto que en la “correspondencia femenina predomina una temática: la carencia de hombres”.  En “Clínicas de muñecas ” se retoma para continuarlo de alguna manera  un aguafuerte de Arlt, ese “máximo exponente de las letras argentinas”:  “Taller de composturas de muñecas” ;  cuarenta años después,  el cronista constata que son “muy pocos,  tal vez no más de cuatro,  quienes en la actualidad se dedican al ‘oficio incomprensible’ de componer muñecas,  una tarea que limita suavemente con el lirismo” . Hay en “Ciudad de remadores” la confesión irónica de una poética que busca desdecirse de todo lo que el aguafuerte plantea a partir del relato de un taxista,  “uno de los tantos enfermos de realidad”  : “A mí que soy ,  en el fondo,  un exquisito de las formas,  que afirmo que el cómo es más importante que el qué,  me cansan los temas por el estilo”. Y hay,  finalmente,  en “La edad de los bifes”,  también de innegable cuño arltiano,  una escritura que sin delicadezas narra la metamorfosis “cínica” de una biografía al comienzo de la dictadura, ese pasaje en ocasiones más o menos súbito de un “idealismo” poco advertido al “realismo” más chabacano para acomodarse a los nuevos tiempos; ademán escriturario típico de Asís que tanto iba a molestar a inmutables y solemnes corazones atornillados a esas butacas aleatorias en las que de una vez y para siempre los ubicó el acomodador de la Revolución francesa (por aquí se va a la Izquierda, por aquí,a la Derecha), como si dicha transformación por lo difícil de soportar no existiera o no mereciera ser narrada; actitud esta última que debemos decir  prosperaría mayormente después del éxito de lectura que supuso Flores robadas en los jardines de Quilmes   (1980),  novela que conviene no olvidar le está dedicada a un escritor desaparecido: “a Haroldo Conti, ¿in memoriam?”.

     La segunda selección la realiza Jorge Asís poco después del final de su experiencia periodística en Clarín, en 1981:  El Buenos Aires de Oberdán Rocamora, que recupera quince textos del Cuaderno. El libro se abre con una dedicatoria parecida a la de la primera selección,  pero en “Para leer antes de leer” se nos dice que aquella inicial fue decidida en forma precipitada,  y que en ésta los trabajos elegidos se llaman simplemente “notas”,  porque “ya no me animo,  con tanta facilidad,  a denominarlos aguafuertes”.  No obstante, el fantasma del modelo es convocado de manera prístina en “Reencuentro con Arlt” ,  nota que sirve para mencionar al unísono a otro escritor del que tampoco se acuerdan muchos,  “uno de los cuentistas imprescindibles,  torpemente olvidado,  Enrique Wernicke”:



-Son cosas de la posteridad, pibe- me dijo -,  mirá lo que hizo por mí – y yo lo miraba petrificado -. Ahora tengo una calle cortita,  y una plaza chueca.  Pero lo que todavía no tengo es felicidad.

-Yo  también escribo , don Roberto,  usted es mi maestro,  hago novelas,  también periodismo, también...

-Entonces te doy una idea para que hagás un aguafuerte.  Andá a esa calle,  y preguntá por los zaguanes si saben quién fui,  como hice yo con la calle Homero,  ¿te acordás?

Llegamos a Río de Janeiro y se bajó apurado,  llevándose unos cuantos prolijos mortales por delante (Asís,  1981: 132).



Y en la misma tradición que la punzante mirada de los aguafuertes que el aguafiestas de Roberto Arlt desplegó en el Buenos Aires de los años ‘30, puede decirse que El Buenos Aires de Oberdán Rocamora, tal como con justicia lo dice la contratapa, posee perspicaces “visiones y jugosos comentarios del quehacer cotidiano” no sólo porteño de aquellos años. Sin embargo,  cabe aclarar que de entre las noventa y cinco notas o aguafuertes, si no contamos mal,  habría que destacar las agrupadas bajo el rótulo de “Galería” .  Por allí desfilan conspicuos y sempiternos personajes del universo ciudadano,  como los escritores Juan Carlos La Madrid,  Alfredo Carlino, Gerardo Pisarello,  Alejandro Vignati o Eduardo Alvarez Tuñón,  músicos como Enrique Villegas,  Osvaldo Piro o Hernán Oliva,  boxeadores como Andrés Selpa,  mozos de la calle Corrientes como “Federico, el de La Paz”,  portadores de múltiples oficios e indescifrables bohemios como Eduardo Jorge Rafael Fasulo o Federico Manuel Peralta Ramos. Tal vez haya que leer ese otro libro periodístico posterior de Asís,  La ficción política  (1985),  que reúne notas publicadas semanalmente en la revista Libre entre octubre de 1984 y abril de 1985,  como la perfección del conocimiento de esa malla urbana mostrada en “Galería” y en el resto del libro,  donde el periodista como investigador persigue el sentido de los hechos políticos a partir de una crónica que se elabora en sitios testigos de mínimas conspiraciones tramadas en los bares y confiterías de Buenos Aires; conspiraciones que por otra parte y decididamente “cambian” el mundo en forma más verosímil que los postulados de los viejos manuales,  más allá de las determinaciones o estructuras de clase,  geopolíticas,  militares, políticas o financieras.  En suma, una poderosa red arltiana, no pocas veces pero no necesariamente nocturna, tan invisible al común como hecha de claroscuros, que cruza la ciudad y que anuda pícaros,  periodistas-escritores o escritores-periodistas y espías de todo porte sin que al mismo tiempo se los distinga demasiado.

                                                                    II
                                                        Diario de la Argentina
     Esta novela de 1984 como toda novela soporta muchas lecturas.  Pero no admite, creemos, pura y exclusivamente la que hace de ella un texto de denuncia del diario Clarín o un desnudamiento de sus entresijos, ya que por supuesto este medio es el aludido del título y del libro en su conjunto.  No tan solo por considerar desacertado el uso de la literatura como fuente directa o literal para los intérpretes de otros mundos discursivos,  sino fundamentalmente con la intención de evitar que lleven agua para su molino aquellos demasiado proclives a las conspiraciones que en el ámbito de las ciencias sociales son dueños de un encono especial contra el periódico que fundara Noble en la década del ’40; y este impulso metonímico y folclórico descansa sobre dicho encono ya sustentado en presupuestos ignaros e insuficientes acerca del cosmos de los propietarios ya en su defecto basado en ingenuos cuando no faltos de congruencia análisis de contenido.  Queremos decir que la trastienda que muestra Asís es la trastienda de cualquier diario; en toda fábrica periodística, llámese esta La Nación, Crónica o Página/12, se construye o se fabrica la noticia y no, por el contrario, se la hace trasladar inmaculada y dócil desde la “realidad” hasta la libre de culpa redacción para terminar comunicándola de manera transparente. Es más, después de los aportes fundamentales llevados a cabo por la semiótica llega a ser muy complicado distinguir a esta altura lo “ficcional” de lo “real” en los medios de comunicación y en sus discursos: ¿quién garantiza la existencia del “referente” ?, en tal sentido quizá convenga “clasificar” a Asís en la llamada non-fiction, que como su nombre lo dice se constituye en relación con la fiction. Aunque, desde luego, y volviendo, tampoco se nos escapa que el diario Clarín, a decir verdad, la “deontología” periodística encima de la que sostiene edificarse, cayó mediante su poderío público en algunas reservas o advertencias corporativas y como resultado de ello y habiéndose puesto a la defensiva no tuvo más remedio que leer la novela también en forma literal.  Desde ese punto de vista, el escritor no hizo más que suministrar pábulo al malentendido con su propia advertencia del principio del libro, provocando otra vez la arraigada desconfianza hacia la literatura:     



Que se acepte, si no con mayor entusiasmo su utilidad,  por lo menos la existencia de la literatura.  Entonces que quede bien clarito:  todo lo que se cuenta en estas páginas,  es producto de la imaginación lisérgica del autor.  Es,  admítanlo,  ficción pura.  Como diría un vulgar publicitario:  es la literatura total.  De manera que el N.O. no se responsabiliza por posibles similitudes –en situaciones y/o personajes- que puedan casualmente encontrarse,  y que remitan a lo que tantos optimistas,  muy entusiasmados, denominan aún,  sin gran originalidad,  la vida real (Asís: 1984: 7).



Como se nota,  Jorge Asís cultiva una no por declamada sarcásticamente menos sutil versión del nominalismo,  esa corriente filosófica cuya estancia en la escolástica  del siglo XIV inauguró Guillermo de Occam,  llamado  Princeps Nominalium ,  y que desde entonces hace tiritar a los que insisten en refugiarse en la “realidad”.  Por otro lado, dejemos a cándidos positivistas al uso la tarea de correr los edredones zurcidos con restos de flatus vocis que tapan los “verdaderos” nombres “en situaciones y/o personajes”. Dejemos también en manos de laboriosos estudiantes de comunicología,  que esperamos lean la novela en sus clases de periodismo y literatura,  el descubrimiento y catalogación de todos aquellos aspectos vinculados con el periodismo desde el punto de vista histórico (situación de la prensa durante la última dictadura militar, como los proyectos  del almirante Massera, o desplazamiento en el interior de Clarín de los tradicionales sectores “desarrollistas” y ascenso de aquellos representativos de “un profesionalismo periodístico que estuviera más allá de las ideologías”, etc.) así como desde el punto de vista  del oficio ( cómo escribir una nota cuando no se tiene nada para decir o cómo fijar la difusa “línea” editorial del periódico, “las habituales reestructuraciones que servían para que en el fondo todo quedara exactamente igual”, cómo en la profesión es peor ser “mufa” que “servicio”, la destreza en el manejo de distintas escrituras para otras tantas secciones del diario o la caída inevitable en el escepticismo por parte de todo periodista).  Y vayamos a decir un poco más acerca de tan ineludible como inembargable novela.
     En primer lugar, debe decirse que Diario de la Argentina de Jorge Asís es un Bildungsroman.  Siendo una novela de iniciación o de aprendizaje, como El juguete rabioso de Roberto Arlt,   en ella se nos narra por medio de la lengua del coloquio porteña,  aquí cruce de lunfardo y de jerga periodística (“carne fresca”, “carne podrida”, “parrilla”) que apela mayoritariamente al registro de la cachada,  la ironía y el sarcasmo y le otorga al relato un tono a la vez distante y próximo como quien lo hace desde “adentro” y sin tomarse mucho o nada en serio, las vicisitudes que transforman al joven narrador Rodolfo Zalim  en el maduro periodista Bartolomé Rivarola,  entre los años 1976 y 1982 .  A propósito,  cabe sumar dos observaciones: la primera novela de Asís es Don Abdel Zalim,  el burlador de Domínico (1972),  lo cual va dando la pauta acerca de la complejidad de voces articuladas por un narrador omnisciente que narran en Diario de la Argentina,  según se deslizara más arriba,  y luego que no se espere encontrar en la novela un testimonio “histórico” de esos años;  su propuesta,  que no elude la interpretación,  es otra,  y baste para  desalentar:



  Pero ojo,  cuidadito con confundirse porque aquí no se trata de hacer historia,  sino de novelar, arbitrariamente, eso sí;  como la presente aspira a ser una novela sobre el periodismo y los periodistas,  es necesario aclarar de movida que importa un reverendo pepino la objetividad,  la verdad es un valor tan accesorio como relativo,  el melancólico que redacta desde la omnisciencia no tiene ni siquiera pretensiones de generar una polémica y directamente se caga en esa posibilidad,  apenas se sirve de los datos menores (arbitrarios) de la historia para ubicar el marco en el que ascendía fervorosamente Aizenberg.  (Asís, op. cit. : 19)      



Ahora bien,   es obvio que el personaje de Rivarola arrastra prejuicios en torno de las escrituras del periodismo y la literatura ,  “declaraba que un narrador no debía contaminar sus códigos con las disciplinas aberrantes como el periodismo o la publicidad,  disciplinas menores por otra parte”;  al mismo tiempo,  es clarísimo que pertenece a una generación en retirada, y que esa condición forma parte del mismo aprendizaje.  El Proceso de Reorganización Nacional supone, entonces, una “coincidencia” con el proceso de reorganización personal:



Aparte,  en la reorganización se sentía totalmente solo y volvía a equivocarse,  había otros sobrevivientes como él que tampoco levantaban la voz ni la cabeza del escritorio o de la máquina,  y despaciosamente,  en tanto se reorganizaban,  con cierto disimulo hasta se recomponían,  armaban con cierta paciencia todos los pedazos del cuerpo que quedaron desparramados,  algunos con mayor temor y desconfianza que otros se aferraban casi ciegamente a la buena letra y hasta a olvidarse de lo que habían sido, o pensado,  o dicho,  lo relevante era persistir y pasar inadvertido mientras afuera,  en las calles y especialmente en la noche, ocurría  el desastre,  el desbande,  el barrido del sentido común,  y los que nos aferrábamos a la posibilidad de sobrevivir solamente deseábamos que nadie viniera a buscarnos,  patearnos la puerta y la vida,  descubrirnos en departamentos estándar como si fuéramos topos desesperanzados,  aterrorizados.  (Asís, op. cit.: 47)



Y todo puede ser tolerado porque además está la esperanza “setentista” de que siempre es posible para un escritor saber el momento de abandonar el periodismo,  como se dice que decía Hemingway. De allí que Zalim,  narrador de treinta años y necesitado de trabajo y dinero, es decir,  Rivarola en tránsito hacia una escritura más experimentada,  descubra como quien hace “de tripas, corazón” al encontrarse obligado a evitar los clisés y vicios del periodismo que en el nuevo oficio se puede “inventar”  como en la literatura.  Tal horizonte terrenal,  no menos resbaladizo, condicional y azaroso que el otro,  le señala que  eso es lo que debe aprenderse: “ahí adentro nadie le iba a enseñar nada,  ninguno cobraba para ser orientador de escritores que se dignan a bajar de la montaña”.  Ahí adentro uno se encuentra también librado a la escritura. Es por lo tanto en esos intersticios que brinda la palabra escrita por donde se cuela la mirada sobre aspectos a priori pensados como anodinos de la vida cotidiana,  y en consecuencia alejados de los acontecimientos que se vuelven noticias,  que Asís,  a través de Rodolfo Zalim y de Bartolomé Rivarola,  relata cómo por medio de la herramienta de los aguafuertes firmados con el seudónimo de Oberdán Rocamora  obtiene la consideración de los lectores.  Porque si se ha dicho que a Roberto Arlt lo salvaron los lectores  lo mismo puede decirse de Jorge Asís.   Pero siempre hay una tensión y eso es lo que cuenta  y lo que la novela por otra parte cuenta.   Sucede que era “una gran incauto Rivarola,  pasaba por el periodismo apenas con el objetivo de abandonarlo”.  En el mientras tanto:



Rivarola pasaba por su más fructífero momento periodístico,  se había acostumbrado a no escribir transitoriamente literatura porque era un inútil perdedero de tiempo,  pensaba seriamente que en el fondo no valdría la pena escribir más,  sentía que se había acabado como escritor y entonces todas las palabras que nunca dejaron de brotarle incesantemente las depositaba en una disciplina que le resultaba cómoda y que la hacía,  como decía para atacarla,  de taquito.  El periodismo,  su incierta especialización de notero urbano,  marginal,  algo irreverente e irónico,  lo había fortalecido al extremo de transformarlo en un personaje casi popular... (Asís, op. cit: 171)




De manera que una vez que se ha asegurado, por así decirlo, el sustento, retorna la otra necesidad,  la necesidad impostergable de la literatura .  Que requiere de otra dimensión temporal,  puesto que ella “no es una mujer ardiente a la que se le puede hacer un service relativamente rápido y completo”,  no es “ una profesión en la que el pasado no le importa a nadie” como el periodismo.  Y la literatura permite antes que nada  que el “ escribir puede ser perfectamente una forma cordial de aproximarse a lo que se quiere,  a quien se quiere;  hacia lo que triunfa en la lucha por conquistar un rincón privilegiado de la memoria”.  Paradójicamente,  también permite vivir sin apremios. Nos referimos a que Diario de la Argentina a la vez que muestra los avatares de una visión que hace del desencanto al que se ha arribado la fuerza de su escritura, narra de modo lateral la pulsión literaria que en el camino dio como fruto el éxito de lectura de Flores robadas  en los jardines de Quilmes   (1980);  novela que nunca se nombra pero de la que se dice por ejemplo en una intervención relacionada con el que la está escribiendo: “Ya ibas a tener éxito,  turrito,  había que ver si te lo podías bancar en un país movilizado por el fracaso y la negatividad...”.  Y Flores robadas... admite perfectamente ser definida como el producto del esfuerzo realizado por una inversión legítima y previa en el mercado de lectura a través del periodismo.
    No queremos olvidarnos de decir que en Diario de la Argentina se halla, patente para todo aquel que pase por ahí, el capítulo “2. Teoría del osito”, que es, pensamos, una de las mejores y más conmovedoras historias que se han escrito sobre la profesión y la escritura periodísticas, desde que Juan José Saer (otro “turco”) publicara Responso en 1964.  Se habla en él del “alemán jujeño Boris Adolfo Goeringer”,  “un alcohólico rigurosamente vigilado”, que “bajaba sin inmutarse las carillas que le ofrecieran,  y procesaba idóneamente para cualquier sección,  aparte de sacar,  casi como con una mano atada a la espalda,  la página de tango semanal,  la mejor que se escribía en el país”.
    La novela,  cuya escritura está fechada entre agosto de 1983 y julio de 1984,  finaliza con el convencimiento de que Rodolfo Zalim, “el cándido muchacho de Villa Domínico,  el eterno advenedizo que se metió en tantas partes a copar y sin entender”,  transformado en el loco Rivarola,  después de seis años “se llevaba apenas muchos recuerdos que le servirían para componer una novela del montón y unos buenos mangos con los que respiraría varios meses”.  Y sobre todo finaliza con la siguiente certeza comprobable muchos años después y de la que inmediatamente  hablaremos:



Al final no le serviría de nada porque con el tiempo lo condenarían igual,  insuficientes serían sus firmas,  sus libros,  sus declaraciones,  había tenido “éxito” en los años “del proceso”,  y lo tendría que pagar . (Asís,  op. cit. : 341)


                                                                      III
                                                          Asís y la crítica
      La obra de Jorge Asís sobresale en la literatura argentina de los últimos treinta años porque es una de las muestras más claras de cómo la literatura cuestiona con belleza y desparpajo la idea de “representación” que agoniza de forma manifiesta en el fin y principio de siglo  occidentales.  Esto resulta particularmente significativo,  nos parece,  en el tramo periodístico-literario que hemos visto más arriba.  El escritor desmonta con risa ,  y se encuentra aquí no la menor diferencia con la figura más inclinada a lo trágico de Arlt,  el carácter sacro del periodismo y de la literatura;  uno se divierte leyendo a Asís,  aun si la diversión tiene como lo tiene un precio en la tierra donde es dominante la tendencia de la literatura y el periodismo a ser “más solemne que pedo inglés”.  Pero ¿por qué si su obra  posee estos rasgos de estilo que exponen la crisis del concepto de “representación” la crítica le fue y le sigue siendo reacia ? ¿No fueron la teoría y la crítica literarias al principio fuera de las aulas durante la última dictadura militar y después ya plenamente instaladas en ellas las que abonaron la “opinión pública” y el “buen gusto” para que dicha crisis se hiciera visible y pudiera interpretarse como tal? Barajemos algunas hipótesis.
    En primer lugar, no se le perdonó a Asís, como él lo dice en Diario de la Argentina, su éxito de venta y por cierto de lectura.  Y se sabe que los intelectuales poseen graves problemas con la palabra “mercado”.  Sucede con esa palabra lo mismo que ocurre con la palabra “populismo”:  nadie acierta a definirlas con rigor pero funcionan como contraseñas “políticamente correctas”,  como aquel que entra a una reunión y pregunta contra quién hay que estar e inmediatamente todos se ponen de acuerdo en las buenas maneras de tratar el asunto. Naturalmente, hay que estar contra el mercado,  dado que frente a él los intelectuales se sienten incómodos como aristócratas venidos a menos y obligados a trabajar.  Adornianos de toda laya adornados para la ocasión vienen jugando al “péguele-a-Asís”  (Fogwill dixit) en este sentido, desde por lo menos 1980.  A propósito del “mercado”:



Homogeneización versus fragmentación.  No creo que el debate deba ser conducido en esa dirección.  Quizá tengamos que focalizar algo que subyace en las dos posiciones: el mercado  En él, diferencia y estandarización conviven sincrónicamente.  En rigor,  lo nuevo de este siglo XXI es que el mercado se mundializó.  Al atravesar los países,  se consolidó como una instancia fundamental de producción de sentido.  En este aspecto,  Adorno y Horkheimer tenían razón.  En la discusión sobre la “cultura de masas”,  lo que importaba no eran las masas sino el mercado. [...] En su ámbito,  los individuos construyen sus identidades,  comparten expectativas de vida,  modos de ser.  El mercado es,  por lo tanto,  una instancia de socialización.  Al lado de la familia,  la religión y las naciones,  modela la personalidad de los hombres.  Su influencia es planetaria,  y se desdobla en la marcha de la modernidad-mundo (Ortiz,  1996: 123-124)



Pero claro,  queda indudablemente mejor refugiarse en la cultura, comme il faut.  Lo ha observado Asís no hace mucho en la Universidad Nacional de la Matanza ( 10/V/2001): ¿cómo puede haber un programa televisivo que se llame El Refugio de la Cultura si la cultura precisamente está en la calle,  crece en esa intemperie de trueques, de cruces,  de préstamos,  de choques,  es decir, en el mercado?
     Hay que decir con justicia que uno de los primeros en señalar esta operación de la crítica respecto a la obra de Asís,  descontando la fidelidad casi solitaria que le guarda Luis Gregorich desde sus comienzos,  fue Fogwill,  ese otro  escritor que no deja de incordiar:



En esto se usa  el salón literario:  la práctica del chisme,  la diatriba, la envidia y el capricho,  sirve para representar la resistencia de unos pocos a las líneas que baja el Estado por medio de la prensa seria [...] Porque entre una crítica académica,  dedicada a destilar una teoría a propósito  de los libros que juzga y destinada a un consumo de especialistas,  y la crítica periodística,  destinada al público comprador y de carácter cuantitativo (rankings, órdenes, ventas, premios,  etcétera) queda abierto el espacio para una crítica cualitativa que testimonie los efectos de la obra de un lector privilegiado.  ¿Privilegiado por qué? Privilegiado por saber, quizá.  O mejor:  privilegiado por saber escribir.  Poldy Bird (la escritora argentina más leída y más vendida, aunque jamás figurará en las listas de best-sellers de Clarín y La Nación), en un reciente reportaje indicaba que detrás de cada crítico de la prensa masiva siempre se encontrará un hombrecito con un librito a medio escribir (Fogwill, 1983: 22-23)



El tema se vuelve más complejo al observar que los llamados “suplementos culturales” de los diarios son de un tiempo a esta parte una suerte de apéndice de sectores más o menos hegemónicos de la carrera de Letras (UBA),  esto es, de la crítica literaria en su vertiente académica.  Y esta crítica académica ha creado habitus, callos que inmovilizan y enmudecen y que además consiguen reproducirse a sí mismos sin ningún control de natalidad, no sólo porque ha seguido al pie de la letra a Pierre Bourdieu,  el exitoso sociólogo francés que nos ha demostrado hasta el hartazgo con su pensamiento único basado en lo “estadísticamente probable” que, de eso se trata, el hábito hace al monje,  sino porque al haber servido para canonizar a algunos escritores (Piglia, Saer, ¡ni hablar del club de fans de César Aira!) y al mismo tiempo “demonizar” a Asís, ha devenido sociologismo.
     Queremos decir,  en segundo lugar,  que en esto lamentablemente han venido a parar las agudas reflexiones entre otras acerca de Julio Cortázar de ese gran lector que es David Viñas,  matizadas allá lejos y hace tiempo con una cierta cautela  (“Por supuesto. Tampoco aquí se agota Cortázar”).  Como se ha dicho y se sigue diciendo, son las famosas declaraciones de Cortázar en el contexto de los años ‘50 (Béla Bártok versus La Marcha Peronista) las que condicionaron y canonizaron la lectura de sus cuentos nada menos que fantásticos. Se verá que se considera aquí, a través del argumento ad hominem, la presión adversa del contexto en relación al texto y su resistencia,  o al revés.  Algo similar le aconteció,  pasados algunos años ,  a Juan José Saer: 



-Con Responso y el peronismo pasa algo parecido.

-Es cierto.  Siempre digo que nunca recibí malas críticas.  Pero no es así.  En Primera Plana atacaron ese libro a causa de eso:  decían que yo editorializaba.  Yo jamás fui peronista. Claro, como yo no insultaba,  no criticaba,  tenía una mirada objetiva,  eso los irritaba (Gandolfo,  2000: 15)



     Y esto que podemos llamar la presión contextual a la hora de leer una obra se potencia en el caso de Asís.  La taxonomía de la crítica vacila y se retira cuando tiene en frente la obra de alguien que todo el tiempo está entrando y saliendo de la literatura,  que no deja de jugar con las nociones de “autor”,  “narrador” o “seudónimo”,  así como con las de “ficción “ y “realidad”.  En definitiva, que no deja de confundir la clasificación. A ello hay que sumarle las declaraciones provocadoras del escritor que siempre descolocan junto con sus opciones políticas.  Debe destacarse la mala fe (¿sartreana?) con que fue juzgada su opción política por el “menemismo”,  como si esa no fuera un opción tan válida como cualquier otra,  a despecho de y dejando de lado las arduas y graves taxonomías metafísicas de Derecha e Izquierda,  que nunca abandonan a las buenas conciencias de las almas bellas. La risa cínica (en su acepción filosófica) de Asís se recorta nítidamente sobre la falta de sentido del humor “progresista” y adyacencias periodístico-literarias. Y la literatura sigue tan indomesticable como nunca:
     Asís no es ningún san Francisco, ¿por qué debería serlo? Pero al persistir en esta empresa de descalificarlo, el habitus de la crítica literaria acabará por convertir al autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes en nuestro Louis-Ferdinand Céline. Desde ese punto de vista, Jorge Asís es el gran “fantasma que recorre” la Literatura Argentina.

                             

BIBLIOGRAFÍA

ASÍS, J.
  1972, Don Abdel Zalim, el burlador de Domínico, Buenos Aires, Corregidor.
  1977, Cuaderno de Oberdán Rocamora, Buenos Aires, Editorial Rodolfo Alonso.
  1980, El Buenos Aires de Oberdán Rocamora, Buenos Aires, Losada.
  1984, Diario de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana; 2da. ed.:  Buenos Aires, 
  Oberdán Rocamora editor, 2000.
  1985, La ficción política, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.

FOGWILL, R.
  1983, Asís y los buenos servicios”, en Pie de Página, nº 2, Buenos Aires.

GANDOLFO, E. E.
  2000 (entrevistador), “Saer, la zona del deseo”, en Vasto Mundo, Cuarta Época, Número 20, Rosario.

ORTIZ, R.
  1996, “Cultura, comunicación y masa”, en Otro territorio, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes.

SAER, J. J.
  1964, Responso, Buenos Aires, Jorge Alvarez Editor.

VIÑAS, D.
  1971, Literatura argentina y realidad política.  De Sarmiento a Cortázar, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte.   


NOTA: Texto publicado en El Ojo Mocho, Año X, Nº 16, Buenos Aires, Verano 2001-2002, pp. 51-55.






































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